Zaratustra

Por Francisco Santos Muñoz.


Ilustración de Maya Montero.


Escapé de la casa de mi padre
Al comprender que era allí prisionero
No me llevé comida ni dinero
Mas llené una calabaza de un odre

Con vino de esas tierras muníficas
Me vestí con el sayón de un criado
Pude burlar en la puerta al soldado
Y observar las montañas beatíficas

Los bosques, tan profundos, a sus faldas
El ancho río que en el bosque entraba
O salía, el paisaje enamoraba
¡Eché a correr levantando las aldas!

Ya nunca volvería a aquella casa
Pasaron inviernos y primaveras
Mis recuerdos, entre mitos y veras
Confundiéronse; y el tiempo, que pasa

Acerca más mi antaño hogar al mito
¿Acaso fui feliz aquellos días?
¿No fui presa de las melancolías
Terribles? ¿No dejé yo mismo escrito:

"No esperéis mi regreso, señores
Que parto para no volver, hastiado
Harto ya de vivir encadenado
A vuestras normas y vuestros temores"?

Aquello rubriqué, efectivamente
Mas hoy, ya viejo, añoro fantasías...
O eso parece. Las melancolías
Empero, no abandonaron mi mente

Me siguieron a donde fui, tan fieles
Como caballos o perros. Alejado
Siempre, de cualquiera sitio habitado
Gustando de la soledad las mieles

Departiendo en las heladas alturas
Con el águila, el viento y la cellisca
O con la cabra montesa, ora arisca
Ora amorosa. Grandes aventuras

Magníficas, disfruté en lo elevado
Con el mundo humano olvidado abajo
Alimentarme mi único trabajo
¡Altas y remotas cimas he hollado!

Pero bajé a vivir entre los hombres
Conocí entonces falsedad, engaño
Se mofaron de mí, me hicieron daño
Sé de sus caras, mas no de sus nombres

Acaso todos respondan al mismo:
¡El Gran Odiador! La mano te tiende
Entonces, te enjaula, luego te vende
Su forma de actuar: el histrionismo

Habla gesticulando, simio feo
Rápido para la ira, fementido
Por fuera espantoso, adentro podrido
De sus propias pasiones siempre reo

¡Años encadenado a una galera!
Recibiendo en los lomos mil azotes
Insultos de los demás galeotes
Mudó mi rostro al de una calavera

Mis miembros descarnáronse de a poco
La emaciación fue ganando terreno
Mi mirada, antes viva, veneno
Y maldición; torné de cuerdo a loco

Diéronme por suerte un día por muerto
El supuesto cadáver arrojaron
Por la borda del barco; así atajaron
Sin saberlo, mi gran tormento. Incierto

Se presentaba mi aciago destino
Perdido en el piélago, a la deriva
Me iba a resultar como poco esquiva
La salvación... Pero encontré el camino

De regreso a tierra en una gabarra
Que me recogió, pescó más bien, pronto
Antes de que me devorara el ponto
El buen capitán, al echar la amarra

Me ofreció ropas y algo de dinero
No dudé ante qué derrotero emprender
¡A las soledades de nuevo ascender!
Al escarpado risco, al ventisquero

A volver a conversar con los hielos
Claros, perennes, amigos de vero
Mi reflejo encontré en su reverbero
Allí volví a correr todos los velos

Y aquí sigo, en el final de la vida
Rememorando el sendero seguido
Que por mí, no por otros, fue elegido
Un viejo en la montaña, con su herida

Que no cicatriza, sino que crece
Esta inexplicable melancolía
Que no me abandonó siquiera un día
Aún en mi alma, ¡conmigo fenece!